Nunca se sabe dónde vas a aprender una nueva técnica fotográfica. En este caso ni me imaginaba que aquello que estaba viviendo ayer, tan horrible y fascinante al mismo tiempo, podía servirme un día en mi trabajo fotográfico. Y aquí estoy, un día después, danzando como un aborigen hambriento delante de una vaca.
Todo esto transcurre en pleno Pirineo de Lleida. A unas alturas sobre el nivel del mar donde empieza a escasear el oxígeno. Un territorio salvaje donde habitan personajes salvajes al margen del Estado de derecho y de Occidente. Personajes como el rudo pastor que me acometió ayer mientras realizaba mis primeras macrofotografías del año. Salió de la nada y se me acercó con los ojos desorbitados y una escopeta en la mano.
- Cagundeu, què fots aquí a terra com un jabalín? Gairebé t’omplo de plom el cul.
- M’estàs trepitjant les flors, malparit.
Tengo nociones básicas de Pallarès, el lenguaje que se habla por estas tierras, y me pareció que este era el saludo más convencional para la ocasión. A partir de aquí el diálogo fue de lo más agradable y distendido. El hombre tenía ansia de hablar. Llevaba meses en la montaña con sus vacas y no sabía cuando volvería a ver a otro ser humano.
- I dius que fas fotos de les papallones? I algú t’ho paga això?
En realidad no eran sus vacas. Me explicó que eran todas las vacas de los pueblos del valle y que él las sacaba a pastar cada día desde los siete años. Ese era su trabajo y esa era su vida. También me explicó mil historias donde aparecían la guardia civil y los contrabandistas de la zona. Me habló de los frecuentes tiroteos con el pastor del valle contiguo por asuntos de lindes, el filldeputa. Y que le diera fuerte a ese licor de hierbas, que va bien para el reuma. El licor se acabó a los veinte minutos pero la conversación se alargó un par de horas. Para mí lo más interesante era ver cómo aquel hombre solitario vivía el contacto social. Estaba eufórico y se notaba que quería darlo todo. En un momento inolvidable, ese hombre adulto de piel morena y manos como ruedas de tractor, me dijo…
- Has vist mai com s’hipnotitza a una vaca?
- Perdona?
Que sí, collons. Que se ve que ya lo hacían los primeros aborígenes vascos del Pirineo. Hipnotizaban a los animales antes de sacrificarlos, para que no se dieran cuenta de nada. Según él la técnica había pasado de generación en generación y ahora tan sólo la conocían unos pocos del país, que la utilizaban para sus cosas de hombres solitarios.
- Oh noi, són moltes nits que passem sense dones a la muntanya. I si no vols que et fotin una coça…
Dios mío. Sentí cómo se me quebraba el alma en ese momento. Los ojos se me cerraron fuertemente mientras me apretaba la frente con la mano abierta, como intentando borrar esa imagen de mi cabeza. De repente el enorme pastor se levantó y empezó a brincar armoniosamente frente a una de las vacas, levantando los brazos desacompasadamente y haciendo movimientos egipcios con su musculado cuello. Yo no podía articular palabra frente aquel espectáculo dantesco. Tras unos breves minutos de danza aborigen efectivamente el animal se quedó inmóvil, con la mirada fija en el infinito. Pam, uno, dos, tres sonoros bofetones en la nalga de la vaca, pero el rumiante permanecía estático, sin inmutarse.
- Ho veus?
- … Gràcies,… haig de tornar al planeta Terra.
Hoy he salido a fotografiar las estrellas y acabo de encontrarme en plena noche con una vacada. Tengo la foto en la cabeza pero necesito que una de las vacas se mantenga totalmente quieta durante los treinta segundos de la exposición. ¿Lo entendéis, verdad? Gallen Rowell lo hizo con los caribúes y es un referente en la fotografía de naturaleza. ¡Ahí voy!

M’he petat de riure amb la història! Ets un crack!! Per cert, la foto xulíssima. Felicitats!!!
; ) Moltes gràcies, xavier!