Apaga, que no se ve

Aunque no sepamos escribir, dibujar ni tocar el piano nosotros también tenemos historias que
contar. Por eso hacemos fotos. En el caso de la astrofotografía el mensaje que queremos
transmitir está claro. El cielo nocturno es un espectáculo natural incomparable y es imposible no
sentirse conmovido al estar bajo una inmensa y silenciosa noche estrellada. Esta fascinación es
lo que nos conduce a la fotografía. Queremos compartir esa mágica sensación con los demás.
Invitarles a que la experimenten ellos mismos. Decirles que el cielo natural es bellísimo y que allí
arriba existen muchas maravillas que todavía desconocemos. Deseamos reclamar su atención y
denunciar que ese cielo estrellado no es exclusivo de lejanos lugares exóticos. Que es absurdo
que la naturaleza se haya convertido en un lujo y que debemos recuperar la ventana al universo
que nos han robado. Por eso hacemos fotos.

Cuando nos estiramos a contemplar el vasto firmamento estrellado sentimos respeto y
admiración. No sólo por su extraordinaria belleza sino por todas las preguntas que despierta en
la curiosidad humana. Es como regresar a esa remota etapa de la primera infancia en la que sólo
comprendíamos la superficie de las cosas y nos pasábamos el día preguntando ¿Y por qué?
¿Por qué? ¿Por qué??? A pesar de nuestras limitaciones y a pesar de la Santa Iglesia hemos ido
descubriendo algunos de los secretos del universo a lo largo de los siglos pero, como decía
Sagan, tan sólo nos hemos asomado a la orilla cósmica.

Las muchísimas estrellas que podemos atisbar a simple vista en una noche despejada son de
nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. En realidad tan sólo percibimos una minúscula parte de
todas las estrellas que contiene. Cuando observamos a través del telescopio descubrimos que la
Vía Láctea está formada por centenares de miles de millones de estrellas. Y sus dimensiones son
tan monstruosas que viajando a la velocidad de la luz tardaríamos cien mil millones de años en
atravesarla de un extremo al otro. Mucho más allá existen innumerables galaxias como la nuestra
formando cúmulos y supercúmulos que se articulan en una especie de enormes estructuras
espumosas en el vacío. Inquietantemente, los descomunales mapas del universo observable que
se elaboran actualmente se parecen cada día más a la imagen que se puede ver a través de un
microscopio cuando observamos algún tipo de tejido. ¿Es el universo una simple burbuja más en
un enorme cazo de agua hirviendo?

Resulta fascinante. Cuando alzamos nuestra mirada hacia las estrellas nos hacemos preguntas.
Sentimos una terrible curiosidad y anhelo de saber. Enfrentarnos a lo desconocido nos enciende
el deseo de indagar, estudiar y mejorar. Desgraciadamente los cielos oscuros están muy caros.
Observar o fotografiar la Vía Láctea supone en la mayoría de los casos recorrer grandes
distancias, ya que cada día son menos los rincones del globo que no están contaminados. Los
cielos estrellados que cada noche veían nuestros abuelos y todos sus antepasados han
desaparecido o se han reducido a algo insólito. Tanta luz nos ha cegado. Pronto perderemos
todo contacto con nuestro propio hogar y no podremos ver más allá de nosotros mismos. Y junto
con las estrellas corremos el riesgo de perder también el instinto que en aquella remota infancia
nos impulsaba a explorar, descubrir, conocer y aprender. Quizás ese día nuestras imágenes sean
el último testigo de lo que fueron aquellas magníficas vistas del entorno planetario y nos sirvan
para mantener viva la llama de la curiosidad en nuestros nietos. Por eso hacemos fotos.

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