Hace tiempo que mi ventana es conocida por gorriones, carboneros, colirrojos y otras especies de pequeñas aves. Echarles una mano aportando alimentación a su dieta me parece lo mínimo que se puede hacer por estas ovíparas que tanto hostigamos con nuestro «progreso». A cambio ellas me dejan observar su comportamiento a corta distancia y acompañan mi café matutino con sus bellos cantos sin necesidad de tenerlas enjauladas.
Muchas veces me había propuesto organizar un comedero en el bosque con intenciones fotográficas, pero nunca lo había llevado a cabo por la responsabilidad que exige. El comedero debe estar siempre activo para que las aves acudan con regularidad y no se puede abandonar de un día para otro, puesto que en épocas de escasez la vida de estas aves puede llegar a depender de nuestra fuente de alimentación. Sin embargo hace un par de semanas, con la llegada de la primavera, decidí dar el paso buscando una solución intermedia.
Un nuevo comedero a escasos metros de mi ventana colgando de un posadero me ofrece la posibilidad de atraer a más especies, recargarlo con facilidad y realizar fotografías sin salir de casa.
El experimento ha sido todo un éxito. En apenas dos semanas han empezado a acudir nuevas especies que por timidez o miedo no llegaban hasta la ventana y he podido obtener mis primeras fotografías. Pinzones, herrerillos y carboneros desde las primeras luces hasta las últimas. Ahora que sé que funciona toca mejorar el diseño, incrementar la variedad de alimentos, adaptar la posición para aprovechar al máximo las luces primaverales y aprender mucho sobre fotografía de aves.
En el comedero hay pipas de girasol y nueces troceadas.
El picogordo (Coccothraustes coccothraustes) acude varias veces al día y se pone como un gorrino.
De momento el arrendajo (Garrulus glandarius) es el ejemplar más grande que acude al comedero.
Un verderón serrano (Carduelis citrinella) y un pinzón vulgar (Fringilla coelebs) esperan su turno.
La ubicación del posadero me permite obtener fotografías limpias de elementos artificiales y un fondo alejado que va variando con el desplazamiento del Sol.
Sólo puedo decir que es una experiencia muy enriquecedora y recomendable. Gracias al comedero y a la fotografía estoy aprendiendo a reconocer las aves de mi entorno, sus nombres, sus costumbres, sus preferencias alimenticias, sus cantos y silbidos. Por el precio de dos bolsas de pipas estoy experimentando la enorme satisfacción de ver cómo cada día mis vecinas voladoras toleran mejor mi presencia, mi obturador y mi flash. Ellas lo tienen ahora un poco más fácil con este aporte nutritivo, y en agradecimiento me regalan fotos que pueden ayudarme a mí en futuras épocas de escasez. Otra vez se confirma que la solidaridad, el apoyo mutuo y la simbiosis son la mejor manera de relacionarse con los demás.
Son espectaculares! La naturaleza nos regala su esplendor, si nos dejamos 😉